domingo, noviembre 18, 2007

Juan Ramón Jiménez y Menéndez Pidal por el Nóbel

Juan Ramón, Nobel a pesar de España

Los archivos recién abiertos de la Academia Sueca descubren los secretos del premio

LOLA GALÁN - Madrid - 18/11/2007

En 1956, después de 34 años sin un nobel de Literatura español, el poeta Juan Ramón Jiménez se alzaba con el premio. Juan Ramón, exiliado en Puerto Rico, no era el candidato de la España oficial, que había pujado con todas sus fuerzas por Ramón Menéndez Pidal, gran filólogo y erudito. Pero, tampoco se le apoyó en el exilio. El único padrino del poeta de Moguer fue el profesor de Oxford Cecil Maurice Bowra, considerado entonces como el mayor experto de la poesía contemporánea. Bowra sugiere el nombre de Juan Ramón Jiménez cuando, en 1952, el Comité Nobel le pide candidatos. “En mi opinión es el mayor de los poetas vivos, y merece totalmente este honor…”, escribe.

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La carta de Bowra, con el membrete del Wadham Collage de Oxford, es una de las reliquias que se conservan en los archivos de la Academia Sueca, a los que ha tenido acceso El PAÍS, al cumplirse los 50 años de secreto preceptivos. Los archivos son una mina: cartas, referencias a los debates y deliberaciones previos a la concesión del premio, en las que los académicos se despachan a gusto sobre los autores que no les convencen. Hay testimonios de las batallas entre los que apoyan a uno u otro candidato, en las que se cuela con frecuencia la política. Un material efervescente que se conserva en la Biblioteca de la Academia Sueca, instalada en la antigua Bolsa de Estocolmo.

El lugar transpira sosiego, pero los materiales que almacena conservan intacta la intriga que rodea a la elección de un nobel, o a su destrucción. ¿Por qué fue rechazada la candidatura de Miguel de Unamuno? ¿Por qué se desestimó a Concha Espina, pese a la insistencia de sus valedores? ¿Por qué no lo obtuvo el que pasa por ser uno de los grandes novelistas españoles del siglo XIX, Benito Pérez Galdós?

El caso Juan Ramón es especialmente significativo. En los archivos del Nobel hay constancia de que su poesía “mística” no conquistó al comité sueco de inmediato, pese a los esfuerzos de Bowra, y a los del escritor Hjalmar Gullbert, su principal valedor en la Academia de Estocolmo. Para la institución, no dejaba de ser un intransigente en materia de arte, una criatura fuera del tiempo, que había polemizado con buena parte del universo poético hispano. El suyo no era, a priori, un perfil de Nobel, y los archivos rebelan que si lo conquistó, a la quinta convocatoria, fue también porque España llevaba demasiado tiempo sin conseguirlo.

Para los académicos suecos su poesía era hierática, demasiado cerrada, difícil y elitista. Y, sobre todo, carente de “ardor”. Gullbert reconoce en uno de sus informes que Jiménez no tiene el calor vital de un Antonio Machado o un Federico García Lorca, pero, “a ninguno de los dos podemos premiarles porque han muerto en la Guerra Civil”.

Los nominados de 1956, el año de su triunfo, eran más de una treintena. Nombres famosos, como Albert Camus, Graham Greene, y Ezra Pound, entre decenas de perfectos desconocidos. Uno de ellos, un tal Jorge Luis Borges. El escritor argentino fue descartado sin demasiados miramientos. “No carece de interés”, escribe uno de los miembros del Comité, “pero no destaca en absoluto entre los nominados de este año”.

Un año en el que no faltaba Menéndez Pidal, con su apabullante lista de sostenedores internacionales. Pidal era un habitual en las candidaturas desde el año 1931. Pero en su caso los apoyos no surtieron efecto. Los suecos no dejan de ponerle pegas. Primero consideran que sus trabajos filológicos no encajan en el Nobel. Años después reconocen que sí. Pero para entonces, Pidal es anciano, objeta el académico Sigfrid Siwertz. “Tiene 83 años, y hace poco que se ha rechazado a [Benedetto] Croce por eso”.

La Academia ha premiado, en cambio, en 1953, — “por su brillante oratoria en la defensa de excelsos valores humanos”— al ex primer ministro británico Winston Churchill, prácticamente octogenario ya. El Comité Nobel lo ha meditado mucho. Les preocupa que se interprete como un premio político. Pero su presidente de entonces, Anders Österling, deja claro que “respecto a sus cualidades literarias no ha habido dudas”.

Churchill pasa por delante de reputados escritores como Ernest Hemingway, que lo conseguirá al año siguiente, después de salvarse de un grave accidente aéreo. Y de eternos aspirantes, como la escritora española Concha Espina, nominada durante los años veinte, y de nuevo, en 1952. La constancia, basta repasar los archivos, ha sido siempre clave para obtener el codiciado premio. Pero con la española no funciona. Inicialmente, en 1926, su principal valedor es el premio Nobel Jacinto Benavente. Pero la Academia no se deja impresionar. En el comentario que le dedican, ese primer año, los suecos reconocen la innegable popularidad que ha alcanzado en los pueblos de habla hispana. “Su escritura se dirige a las mujeres, con las que se comunica a través de los sentimientos y gracias a su potente fantasía”. Lo malo es que, “carece de fuerza narrativa. Sus personajes son flojos, y su forma de contar historias no se plasma en escenas dramáticas bien construidas”.

En vísperas del estallido de la Guerra Civil, llegan a Estocolmo otros dos nombres españoles, Miguel de Unamuno, propuesto por el vicerrector de la Universidad de Salamanca, y Ramón Pérez de Ayala, que cuenta con el apoyo de Menéndez Pidal y de catedráticos de Oxford, Cambridge, Londres, Dublín y París. El Comité Nobel analiza su obra y llega a la conclusión de que el autor de La caída de los limones y Belarmino y Apolunio tiene “un estilo excéntrico, un gusto por lo rebuscado y los golpes de efecto”. Es un autor original, dicen, “no un gran escritor”.

A Unamuno, los suecos le dedican enorme atención antes de rechazarlo. Reconocen su prestigio. “Quizás sea el personaje más importante de la literatura española contemporánea”, admiten. Pero su obra no gusta. Sólo su poesía resulta convincente, aunque no lo bastante como para concederle el Nobel. La nominación de Unamuno se repite al año siguiente. Era la última oportunidad. Unamuno muere en diciembre de 1936. Ese mes, en Estocolmo, el estadounidense Eugene O’Neill recoge el Nobel.

Faltan todavía 20 años para que la Academia Sueca se digne a premiar a un español: Juan Ramón Jiménez.

[de http://www.elpais.com/articulo/cultura/Juan/Ramon/Nobel/pesar/Espana/elpepicul/20071118elpepicul_1/Tes]

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