sábado, septiembre 08, 2007

El toro y la bestia


No quiere morir, sólo ser perfecto

José Tomás se entrega a una doble misión: buscar la excelencia y devolver la grandeza a la fiesta

MIGUEL MORA 08/09/2007

José Tomás le dijo una vez a Joaquín Sabina que le fascinaba "el misterio, la naturalidad y la hombría" con que Manolete "afrontó lo que tenía que afrontar". A estas alturas, es casi una obviedad decir que Tomás también tiene un misterio. Probablemente tiene varios. Claro, todo torero tiene que estar un poco loco para ser torero. Y todo torero verdadero guarda dentro un secreto, un alma distinta, una inteligencia de otra especie, un corazón de artista. ¿Pero acaso es José Tomás un hombre raro? "¡Qué coño va a ser!", dice José Tomás, padre. Su hijo mayor, añade el ex alcalde del PP de Galapagar, pelo completamente blanco y cara de buena persona, fue siempre muy normal, un chico estupendo, con alguna tendencia a la soledad y la meditación, y ahora es igual, "muy callado y solitario, pero también divertido y cariñoso", "del Atleti de Madrid porque en casa tenemos el corazón grande y está prohibido ser del Madrid"; un joven que "adora a Camarón de la Isla, al Che Guevara, a Manolete y a Antonio Ordóñez", y al que "le gusta vivir a su aire y pensarlo mucho todo".

Tomás tiene un misterio. Quizá tiene varios. Un torero tiene que estar un poco loco para ser torero

Tomás le dijo en una entrevista a Almudena Grandes que volvía porque "vivir sin torear no es vivir"

El regreso de Tomás ha sido aún más sonado de lo que fue su debut en 1997 en Las Ventas

Nada muy raro tratándose de un chico cualquiera de Galapagar, en la sierra de Madrid, nacido hace 32 años en el seno de una familia de derechas, moderadamente, que hizo su dinero con el ganado manso y "las finquitas" que reunió el abuelo, Celestino, nativo de Colmenarejo y hoy entrañable y sordo a los 89 años, y que también fue ocasional conductor de un gran turismo (un taxi de lujo) blanco que paseó por España a muchas de las figuras del toreo de la posguerra.

Todo el mundo sabe ya que después de cinco años de silencio y ausencias de los ruedos, su nieto ha vuelto a torear. En junio, Tomás le dijo a Almudena Grandes en una entrevista memorable en EL PAÍS que volvía porque "vivir sin torear no es vivir". Según su abuelo, "el chico ha vuelto porque no sabe hacer otra cosa". El caso es que el regreso no ha podido ser más estruendoso, y en apenas dos meses y 12 corridas, desde el espectacular debut del 17 de junio en Barcelona hasta la terrorífica cogida de Linares el 29 de agosto, día del 60º aniversario de la muerte de Manolete, Tomás se ha coronado otra vez como rey indiscutible del toreo.

Catalanes antinacionalistas como Albert Boadella y poetas como Joaquín Sabina, pero también sus propios colegas de profesión, se asombran al verlo, admiran su valor, subrayan que su arte encarna la verdadera torería. "Tiene dos cojones", dice Joselito. "Torea como sueña", afirma el matador Ángel Gómez Escorial. Para el promotor flamenco Juan Verdú, "hacía muchos años que los toros no daban esa sensación de peligro, esa emoción. Ahora, todo el que quiera torear sabe que ahí huele a ciprés". Sencillo y silencioso, un ejemplo de discreción, Tomás asiste impasible a tanto barullo y se limita a expresar en la plaza todo lo que calla fuera. Pero la presencia de la muerte, la posibilidad de que el torero muera en el albero ha vuelto a los ruedos con él. La parca, que parecía haberse esfumado de las plazas hasta convertir la fiesta en una sucesión monótona de suertes deshilachadas, ha vuelto al primer plano. Tanto, que hay gente que piensa que Tomás se quiere dejar matar en la plaza. "¿Dejarse matar? Yo creo que no", dice Joselito, "pero eso sólo lo sabe él. Siempre piensas que puede pasar, pero evidentemente no quieres que pase, es sólo un pensamiento". "Tomás es un torero trágico como Chocolate era un cantaor trágico", dice su amiga Carmen Esteban, que acaba de publicar la biografía de la viuda de Manolete, Lupe Sino, en Espasa. "Si le cogen tanto es porque se pone donde los toros te cogen", añade César Rincón, que confiesa admirar a Tomás: "Es un torero muy puro y demuestra tener un umbral del valor altísimo; sería mejor que le cogieran menos, claro, y seguro que a él le gustaría también que le cogieran menos...".

Otros matadores que se sienten agraviados por el sistema taurino, como Ángel Gómez Escorial y Joselito, creen que Tomás ha vuelto para liberar a la fiesta de los usos y mañas de los taurinos, esos que le obligaron a irse a México a hacer la carrera de novillero cuando se negó a pagar para poder torear en España. "Teníamos ideales muy parecidos en el fondo y la forma", explica Joselito. "Luchamos contra los que han llegado a la fiesta para servirse de la fiesta, los que entienden esto sólo como un negocio. Nosotros lo entendemos como una forma de vivir: de ello, por ello y para ello; ellos sólo entienden el primero: de ello".

Para esa cruzada, Tomás ha contratado a un apoderado catalán sin experiencia (el músico y ex crítico taurino Salvador Boix). Ha impuesto sus condiciones y su caché (en torno a los 50 millones de pesetas, aunque nadie suelta prenda). Ha llenado cada plaza que ha visitado, y ha puesto al escalafón en fila de a uno: o torear como él torea, donde él se juega la vida, o dedicarse a otra cosa. "Yo no quiero entrometerme. Al torero no le gusta que hable, sólo puedo decir que no es mejor ni peor, sino distinto a todos". Así saluda Celestino Román Martín, el abuelo de Tomás y patriarca de la familia. Fue él quien le inoculó el veneno. Primero, llevándole de niño a Las Ventas, tendido alto del 8; después, animándole a torear cuando José, su Jose, "iba para futbolista".

-¿Y qué ha heredado de usted Jose?

-El ser buena persona. Todo el mundo lo dice.

-¿Ha oído que la gente dice que ha vuelto para dejarse matar?

-Son leyendas. Lo que pasa es que tiene amor propio. Pero qué coño va... Quieren saber más que los demás, que no sabemos na.

Llega José Tomás, padre. Justo a tiempo para zanjar el asunto. "Así que se quiere dejar matar... ¿Es que el torero está gilipollas o qué? Cualquiera que lo conozca sabe que gilipollas no está, y loco, menos. Lo que pasa es que unos exponen más que otros. Y hay toreros que torean 100 corridas al año y salen sin un rasguño". El padre no se pierde una tarde de su hijo. Habla de él con una pasión que no ciega el conocimiento. "Siempre ha sido muy perfeccionista, su crítico más severo; nunca está contento, siempre busca más. Ha hecho mucho, pero no se conforma". Un rasgo de esa enfermedad de perfeccionismo: Tomás lleva, desde el año 2000, a un fotógrafo filmador a todas partes. Es Antonio Escamilla, hermano del malogrado operador de cine Teo Escamilla: "Grabo todas las corridas de Tomás y algunas tientas, soy uno más de la cuadrilla", dice. El torero, que en su primera etapa se negó a dejarse embaucar por los contratos millonarios de televisión, ve una y otra vez sus actuaciones para corregir cosas, detalles... Escamilla: "En el vídeo se ven mejor los fallos, y a él le gusta controlarlo todo, la lidia, los picadores, sus movimientos... Es muy serio, un tío excelente, y para él su cuadrilla es intocable".

Tomás viaja rodeado de un equipo pequeño que le permite vivir un clima de confianza y amistad. Aparte de su hermano Andrés, que es el mozo de espadas, y de su apoderado, Salvador Boix, los intocables son Miguel Cubero, su banderillero de siempre, y El Kiki, su ayuda, el chico para todo, que se crió con la familia. Boix negocia los contratos, exigiendo lo que el torero pide, y le libera del acoso de la prensa: "Él vive para torear", dice Boix. "El dinero importa, pero es una cosa más. Lo que él hace no se paga con dinero".

En la peña taurina José Tomás de Galapagar, al lado del estanco de la plaza, una cátedra formada por ocho o diez jubilados que conocen al torero desde niño, más un par de jóvenes de su edad que son amigos, pasa revista a las últimas noticias. La cornada de Linares ya es historia, "cuestión de rehabilitar bien y ver si llega a Salamanca el día 12".

Todos afirman que Tomás, en la calle es como en el ruedo: un ser excepcional y un hombre cabal. "Lo he tratado poco", dice Joselito, "es tímido y no habla mucho; pero es una persona pura, sincera y honrada. Lo que hace y lo que dice, lo mantiene. Siempre".

"Esa autenticidad ha tenido un efecto, los intelectuales han vuelto a la plaza", reflexiona Gómez Escorial. "La fuerza a los toros se la dieron gente como Lorca, Picasso y Hemingway, que estuvieron muy cerca de matadores como Sánchez Mejías, Ordóñez o Dominguín, que eran tipos abiertos al mundo; que hoy se acerque gente como Joaquín Sabina significa que esa unidad funciona otra vez, y eso ayudará a desterrar el estereotipo cerril".

Quizá por todo ese revuelo paralelo, el regreso de Tomás ha sido aún más sonado de lo que fue su llegada, cuando allá por 1997 debutó como matador en Las Ventas en la Feria de San Isidro y formó el primer gran delirio. Las palabras que escribió el maestro Joaquín Vidal, aquella primera noche de puerta grande, a toda prisa y certero como una daga, sirven para explicar hoy, diez años después, un fenómeno que en el fondo no tiene nada de paranormal: "Y llegó José Tomás... Llegó José Tomás, se echó la muleta a la izquierda y acabó con el cuadro. Quiere decirse que se terminó la presente historia. La hegemonía de los pegapases y sus derechazos pasó a mejor vida". "Llegó José Tomás; y, desde entonces, tienen un antes y un después la feria y la fiesta". Un antes y un después. Nadie lo hubiera dicho viéndole aquella noche, cuando nada más salir a hombros de la plaza se metió en la furgoneta para volver al hotel Victoria. Imposible olvidar su mirada perdida, esa serenidad marciana, y aquella forma medio abúlica de encajar un éxito histórico para el que se había preparado desde que su abuelo Celestino le preguntó, cuando tenía 10 años, si quería torear. Durante el trayecto, Tomás sólo abrió la boca para contestar parco a las preguntas, y sólo sonrió cuando el coche pasó por la plaza de Neptuno y dimos una vuelta alrededor del dios atlético en homenaje a su equipo del alma.

Vidal no se equivocó. Tomás recuperó el toreo por derecho, explicó lo que es el valor y recordó que sin el riesgo y la emoción del juego entre la vida y la muerte, el toreo no es nada. Diez años después, mientras unos tratan de apropiarse del mito y de deconstruir al hombre que sólo habla en la plaza, él sigue con su misión imposible, la búsqueda de la perfección en el toreo; la renovación de ese milagro fugaz que Bergamín llamó la música callada del toreo.



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